miércoles, 16 de marzo de 2016

EL PERÚ Y EL CARLISMO

Antonio Moreno Ruiz.-

Comoquiera que el Perú, esto es, la Flor y Nata de las Indias, tiene una intervención tan importante como directa en la historia hispana, no podía ser ajeno, pues, al movimiento político más antiguo de España: El carlismo. Desde primera hora hubo hispanoamericanos en sus filas (no en vano el mismísimo Carlos V de España se dirigía a sus “vasallos de entrambos hemisferios”). Román Oyarzun, en su Historia del Carlismo cita en la Primera Guerra (1833-1839/40) al chileno Novoa y en la Tercera (1872-1876) al mexicano Herranz, el cual combatió codo con codo con el entonces infante D. Alfonso, que poco antes había luchado con los Zuavos Pontificios.


En la mismísima Guerra Civil Española (1936-39) también veremos a carlistas argentinos, amén de destacados personajes como el capitán Bustindui, que conjugaba en su sangre lo vascongado y lo mexicano.



En la Argentina y el Uruguay radicó un importante exilio carlista, y de hecho en la Argentina el carlismo como “colectividad política” ha tenido continuidad hasta nuestros días.



También es reseñable la presencia de carlistas combatiendo en Cuba y Filipinas en los últimos años del siglo XIX; así como ya bien desarrollado el siglo XX hubo interesantes contactos intelectuales para con el Brasil.



Con todo, el Perú tiene una presencia importante desde la Primera Guerra: Blas de Ostolaza, eclesiástico de robusto maderamen intelectual, defensor acérrimo de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, preceptor de la familia real española, protagonista en episodios decisivos de la historia de la Hispanidad como apasionado de la fidelidad realista desde que las tropas napoleónicas invadieron el suelo ibérico. Su tenaz amor por la legitimidad le costó primero la persecución y luego la propia vida, siendo fusilado por los revolucionarios liberales.



En la misma época nos encontramos con Leandro Castilla y Marquesado (nada más y nada menos que hermano de Ramón Castilla, a la sazón, futuro presidente de la república peruana, aunque fue soldado realista en su día). Caballero legitimista de Tarapacá, de los Andes al Maestrazgo sostuvo una lucha encarnizada por el trilema Dios, Patria y Rey. A las órdenes del bravo general Cabrera, fue el último gobernador de Morella, mítico reducto carlista que mantuvo la resistencia hasta después de la traición del general Maroto, que tras el Convenio de Vergara (aliñado de anteriores conspiraciones derrotistas) entregó la flor de los voluntarios vascos y castellanos en una falsa paz. Maroto había pertenecido al ejército realista en América y había peleado en la batalla de Ayacucho, donde la reputación y honorabilidad de ciertos militares peninsulares que supuestamente defendían esta causa quedó en entredicho, y de hecho, “ayacuchos” fue el nombre para denominar a determinada camarilla que tanto dolor infringió a la política española. Maroto, buen conocedor de la América del Sur y con esposa chilena, acabó exiliado en el continente… En 1846 pidió permiso al presidente Ramón Castilla para visitar amigos en Lima… El mariscal, que se encontraba veraneando en Chorrillos, se lo denegó por traidor, de lo cual se hizo eco Ricardo Palma, heraldo de las tradiciones peruanas.


Y prosigue el papel protagónico peruano: En la Tercera Guerra tenemos a Manuel María Fernández de Prada, III marqués de las Torres de Orán. Nacido en Granada, de carrera militar ameritada, al ser proclamada la I República Española en 1873 solicita la licencia absoluta y en 1874 se incorpora a las tropas de Carlos VII con el grado de coronel.



Hablando de Carlos VII de España hemos de hacer un inciso y subrayar cómo el monarca tuvo como preceptor al ilustre Monseñor Teodoro del Valle, correligionario y coetáneo del insigne Bartolomé Herrera. Asimismo, el rey,  en su dilatado exilio, recorrió buena parte de las Américas (La confederación con Hispanoamérica quedó como una de las premisas máximas en su testamento político), estando en Lima en 1877; dato que nos recuerda tanto en poesía como en prosa el peruano José Pancorvo QEPD (1), que cuenta en su haber literario con un poemario titulado Boinas rojas a Jerusalén.



Volviendo con Fernández de Prada, podemos decir que el marqués acompañaría a posteriori al monarca tradicional a su exilio en Francia y desde ahí partió al Perú en 1879. Tras un motín ocurrido en la Hacienda Laran, en Ica, que pertenecía a su familia, se recuperó y ayudó en la resistencia contra la invasión chilena durante la Guerra del Pacífico. Murió en 1893. Su hijo residió en España y se mantuvo fiel al tradicionalismo. Al estallar la Guerra Civil se encontraba en Madrid con sus hijos menores y fueron arrestados por su filiación carlista, siendo asesinados en agosto por los milicianos del Frente Popular.



Así, pues, valgan estas líneas como tributo histórico-sanguíneo a este concreto y valeroso papel de la peruanidad en una trayectoria transoceánica, en el calor de una bandera que es la expresión de un vibrante y sublime pasado en marcha.





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